miércoles, 31 de agosto de 2011

Dunán.

Brilla Budapest al final de mi viaje, triste y errático, sobre una paleta neutra de colores que la noche vuelve indescifrables.
Es hora de pensar en mi vida, en esa utopía de futuro que llevo años tejiendo hilo por hilo con canciones de Serrat y tijeras de acero inoxidable. Ya no importa si  mi defecto es no vivir el presente; ese no disfrutar de las maravillosas vistas del parlamento mientras la brisa del Danubio azota mi cara, enfría mi corazón y alienta mis pensamientos; ese alimentarme de un futuro que puede desvanecerse en cualquier momento por un camionero borracho, un golpe mal encajado, un suicidio demasiado absurdo y aburrido.
Mi cuerpo se balancea sobre la barandillas del barco y pienso que que fácil sería saltar al agua y hundirse en las oscuras aguas del caudaloso llanto de la pacha mama. Que no encontraran jamás mi cuerpo y que fueran las carpas y los cisnes los que velaran mi alma marchita.
Nunca me gustaron las cosas fáciles. Además, morirse no es divertido sin haber echo algo que te haga inmortal. Y sobre todo no quiero rendirme, porque el mundo necesita que haya gente que se rebele de vez en cuando.
Asi que es allí donde dejé enterrar mi pasado para así empezar de cero. No será nunca mi cuerpo lo que sepulte el Danubio, sino esa infancia evasiva, esa adolescencia dolorosa, ese angel de ojos verdes, aquel cuento de un erizo azul que soñé una vez, esa hada estática y aquella musa de la que me enamoré.
Ahí yace todo, ahí quise dejarlo olvidado. No volveré a pensar en el pasado ni a añorar cafés, banalidades y juegos insulsos de ajedrez. Y huiré de Budapest hasta que esos recuerdos se pudran gracias a mi futura felicidad. Será entonces cuando me ría de ellos con una sonora carcajada que haga temblar la ópera, la sinagoga y hasta el Neptuno que siempre habita en los ríos continentales.


Espero que sea pronto, si no, siempre nos quedará el futuro. Siempre nos quedarán mis locas utopías idealistas. Siempre nos quedará Paris y su Sena, siempre dispuesto a ahogar los recuerdos que sobrevivan.

domingo, 21 de agosto de 2011

Péchés capitaux.


Baila la hipocresía en la inmensidad del Vaticano. Llora un dios inexsitente por lo que se dice en su nombre. Peca el sacerdote y la prostituta, el ama de casa y el borracho. Sangran cera cristos eternamente crucificados.

Padre, he pecado de lujuria. Los pensamientos obscenos nublan mi mente, bellas mujeres pueblan mis sueños y me corroe el deseo continuo de placer. No voy a llegar virgen al matrimonio.
El castigo es ser afixiado en fuego y azufre por lo que Dante calificó como amor extremo.
También serán afixiados los asquerosos homosexuales y las inmorales putas, pero los pederastas siempren tendrán abiertas las puertas al reino de lo cielos.

Padre, he pecado de gula. Más de una vez me he hartado a chocolate y he ahogado mis penas en más de una botella de whiskie barato. Pienso seguir haciéndolo.
El castigo es ser forzado a comer ratas, sapos, lagartijas y serpientes vivas.
No serán castigados por tanto los niños de Somalia, dejemos que se marchen a los brazos de nuestro señor. Nosotros celebraremos su ascensión en ávidos banquetes papales.

Padre, he pecado de avaricia. De mi sueldo guardo siempre algo en la hucha para acumular el suficiente dinero con el que comprar todo lo que desea mi materialismo exacervado. Voy a seguir ahorrando y gastando,
El castigo es ser colocado en aceite hirviendo.
Los cálices no pueden ser de madera ni las cruces de hierro. Tienen que ser de oro y plata para ensalzar a su Dios el carpintero, a quien el dinero le fue siempre indiferente.

Padre, he pecado de pereza. Me acuesto de madrugada y me levanto tarde, no hago nada útil y dejo que el sol toste mis músculos agarrotados. Así será hasta que termine el verano, quizá incluso se prolongue.
El castigo es ser arrojado a una fosa con serpientes.
No correrá ese peligro el sacerdote, pues mientras labra el campesino y lucha el soldado, él reza por las almas de todos, aunque lo haga sentado.

Padre, he pecado de ira. A menudo me enfado de manera exagerada y hiero a los que me quieren. No es algo de lo que este orgulloso pero asi es mi caracter y no creo que vaya a cambiar.
El castigo es ser desmembrado.
Pero la ira de la Iglesia está justificada, había que quemar brujas en Inglaterra y perseguir a los rojos en España, pues eran un peligro para nuestro señor misericordioso.

Padre, he pecado de envidia. Me gustaría ser tan feliz como otras personas, vivir una vida alegre y refrescante y con una pareja sobre la que volcar este amor cristalizado que recorre mis venas.
El castigo es ser sumergido en agua helada.
La envidia de los monjes hacia la mujer del projimo, o hacia su posición, hacienda o coraje, no tiene nada que ver pues está justificada por su voto de pobreza y celibato.

Padre, he pecado de soberbia. A menudo creo ser mejor que los demás, más inteligente, más interesante y menos superficial. Pero al igual que ocurre con la ira, este egocentrismo que define mi personalidad no creo que me abadone y, sinceramente, tampoco quiero que lo haga.
El castigo es ser torturado en una rueda.
Pero la Iglesia nunca debe retractarse de sus errores, pues tiene la palabra de Dios y sus argumentos son, por tanto, perfectos e irrebatibles.



Les animo a celebrar y a disfrutar de su fiesta de la hipocresía, llámenlo JMJ o llámenlo como quieran. Pero no lo hagan con mis impuestos.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Baiser.

569 mariposas revoloteando en dos estómagos diferentes. Cuatro ojos a punto de cerrarse. Dos corazones a punto de estallar. Dos cerebros olvidados y dos labios dispuestos a encontrarse.
Tensión edulcorada en el ambiente. Los sentimientos emanan de 750.000 poros por dos, dejando una sensación de espantosa inestabilidad en dos cuerpos completamente desprotegidos. La razón se esconde en algún paraíso fiscal que todos tenemos en nuestra mente, y dos personas se vuelven simples almas a punto de chocar.
Desaparece el cielo, la luna y las estrellas. La hierba se vuelve aire y los árboles aroma de vainilla. La ciudad se esconde ruborizada y la gente solo son sombras de alrededor. Por un momento no existe la luz ni la oscuridad, no hay crisis ni niños muriéndose en Somalia, ni existen los amores imposibles ni los amantes cobardes. Por un momento solo existen dos corazones bombeando sangre a una velocidad desmesurada. Sangre que se acumula en cuatro mejillas a punto de estallar de pura turbación y felicidad.
Dos manos se agarran con fuerza para no caer en el abismo, para no abandonar esa sensación onírica y rebelde que debería durar para siempre. Dos cuerpos se acercan, dos ojos se cierran, dos labios se juntan y dos lenguas se encuentran. Dos perfumes se tatuan en cuatro fosas nasales y una explosión de menta recorre dos gargantas aterciopeladas. Y las mariposas que revoloteaban en el estómago, recorren ahora dos médulas espinales sedientas de emoción.


Cuando el beso acabe, volverán el cielo y las estrellas, desaparecerá el olor a vainilla y la ciudad adquirirá de nuevo forma y superficie. Pero, incluso cuando regrese la razón de sus vacaciones estivales, continuará el corazón ardiendo y el sabor a menta en la garganta.